domingo, 7 de septiembre de 2008

Moraleja chachi 2



Por aquella época los coleguillas habían empezado a sacarse los carnés de conducir y empezaban a trastear con coches. Los viernes y sábados o unos u otros solían coger algún coche viejo que tenían por casa y lo utilizábamos para salir de fiesta. Y por salir de fiesta no me refiero a lo típico que hacía la gente por aquí (y en casi todo el mundo) de ir a tomar cubatillas a los pubs o a discotecas, si no a rular con el coche interminables horas escuchando música, hacer persecuciones, dejar abandonado a alguien en alguna carretera llena de putas o perdernos por la montaña en coche y sentirnos, hasta que encontrábamos el camino a casa, más perdidos que los Teletubbies en una peli de Rambo.

Pues bien, una de nuestras distracciones favoritas en las noches del sábado era desplazarnos hasta un pequeño castillo que hay cerca de la ciudad, que se encontraba rodeado de una explanada y libre de cualquier fuente de luz. Esa pequeña extensión de terreno era famosa porque era la que todas aquellas parejas que sin tener un techo pero si un coche utilizaban para poder saciar sus apetitos carnales y echar el casquete. Nuestra técnica ninja era la de subir por la pequeña cuesta de terreno casi sin hacer ruido con las luces apagadas y aproximarnos como gladiadores motorizados hasta las proximidades de los coches, para, una vez delante, deslumbrarlos con las luces largas y saludarlos con los gritos de “¡Las manos van al pan!” o “¡Si tocas a mi hermana te mato!” (a veces sacando un bate de baseball por la ventana). La verdad es que más de una disfunción eréctil o rotura de condón habremos provocado, pero las risas al ver las caras alumbradas de las parejas con expresiones de entre sorpresa, susto y gatillazo no tenía precio.

Una de estas noches en la que estábamos de camino a nuestra zona de ocio detectamos a lo lejos un coche en la oscuridad que se prestaba idóneo para nuestro ataque, por lo que apagamos las luces y nos encaminamos hacia él muy despacio con la primera puesta y con las cabezas preparadas en la ventanilla para saludarlos. Cuando estuvimos a una distancia prudencial encendimos las luces de golpe y…Vimos que de parejitas follando en un coche nada, si no que más bien eran un par de coches aparcados uno enfrente del otro y con tipos trajeados y con mala pinta fuera de ellos intercambiando mercancía de muy dudosa procedencia. Ni que decir tiene que su cara de sorpresa superaba a la de las parejas fornicadoras, pero las nuestras no se quedaron atrás, por lo que automáticamente metimos las cabezas dentro del coche, subimos las ventanillas, echemos el seguro y dimos media vuelta (solo recuerdo que el coche en el segundo uno miraba al norte y al segundo dos estaba tirando hacia el sur a toda pastilla).
Obviamente los tíos se quedarían en el sitio cagados de miedo pensando que aquello era una redada policial, pero nosotros no nos quedamos allí a darles tiempo a reaccionar y acabar con unos bonitos zapatos de cemento dentro del río por lo que nos largamos cagando leches como nunca con esa sensación de que un narcotraficante te está persiguiendo para degollarte y no paramos hasta llegar a Estambul.

Moraleja: Deja follar a la gente en paz.

2 comentarios:

  1. Buena moraleja. Follar es una de las mejores cosas de la vida y hay que dejar a la gente que lo disfrute en paz o unos narcotraficantes bujarrones con la tranca de Mandingo ascenderán del infierno para sodomizarte hasta la eternidad.

    Amén.

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  2. Dios, no me esperaba ese final, brutal xDDD. Aix, la época de los folleteos en el coche, que grande jeje, yo por si acaso siempre iba con la pitón debajo del asiento, por si pasaba algo.

    Salu2 fiera

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