martes, 13 de octubre de 2009

Moraleja Chachi 5

No sé si es algo que está presente en todos los colegios, pero al que iba yo de pequeño tenía dos tiendas situadas en el patio, una con material escolar como libretas, cuadernos, lápices y cosas similares -que nunca estaba abierta- y otra donde vendían desayunos y meriendas como bollería, bocadillos, patatas y golosinas. De entre todas las chucherías que habían en esta tienda una de las que tenía más éxito eran las bolsitas de gusanitos que vendían a lo que hoy vendrían a ser 3 céntimos de euro. Su popularidad obviamente venía dado su precio así como que realmente estaban ricos los puñeteros. Una nota curiosa es que en las bolsitas venía dibujado un osito en monopatín que llevaba una camiseta con el número uno.



Una de las mañanas que estaba yo plácidamente filosofando sobre la vida y el universo en el recreo me dio por acercarme a la tienda y comprar un par de bolsitas y una vez hecho ésto, acercarme como si estuviese muy contento a un compañero de clase, que la verdad sea dicha, no era muy despierto y al que llamaremos Señor M a partir de ahora. El Señor M al verme tan contento con los gusanitos preguntó qué pasaba a lo que yo le contesté que me los habían dado gratis, ya que al reunir 5 bolsas vacías de gusanitos te daban una sin coste alguno en la tienda y que esa era precisamente la razón por la que aparecía el osito en la bolsa: cada número uno de la camiseta equivalía a un punto. Al oír esto, al Señor M se le abrieron los ojos como platos y empezó como un lince a recoger todas las bolsitas vacías que encontraba por el patio y los demás compañeros de clase al verlo siguiéndome el rollo empezaron a animarlo e indicarle dónde habían más bolsitas: “Eh, Señor M, mira, allí hay otra”, “Señor M, no te dejes esa de la punta” y a cada indicación el Señor M iba recogiendo más y más bolsitas por todo el patio (para que os hagáis una idea, en el patio de mi colegio había sitio para cuatro campos de futbito, cuatro pistas de baloncesto y un trillón de árboles entre otras cosas). Cuando ya no le cabían más bolsitas entre los brazos fue como una exhalación a la tienda, se abrió paso a empujones y las lanzó al mostrador violentamente al grito de “¡QUIERO LOS GUSANITOS!”

¡¡¡¡GUSANITOSSSSGGLFFF!!!!


El pobre Señor M, ante la gran presión a la que le sometió la mujer de la tienda* no tuvo más remedio que confesar que había sido yo el que le había dado esa información y acudió a nuestro tutor.
Estuvimos limpiando el patio después del recreo durante una semana, yo por cabrón y el por tonto.

Moraleja: Macho, si está tirado en el suelo es que no tiene valor.**


*Ninguna, el muy cabrón cantó como Pavarotti a la primera de cambios.
** A no ser que sea chatarra, claro, en ese caso detrás tuyo habrá un gitano que te rajará en cuanto la toques antes que él.

3 comentarios:

  1. Muy sabia la moraleja. Por cierto, eso que comentas tú de las tiendas en el patio lo había visto en institutos... ¿pero en colegios? Me extraña muy mucho, pues está prohibido que los niños lleven dinero al cole, por lo que abrir una tienda en un recinto donde nadie puede gastar no me parece que sea una gran idea.

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  2. Yo iba al mismo colegio y doy fe de que es cierto. No se como será ahora pero en esos tiempos era así.

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  3. En mi colegio también había una tienda en cada puerta de entrada. Posteriormente pasaron a 3, dos de chucherías, bollería etc. y una papelería.

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